Bien temprano desayunamos de lo que llevábamos (café de sobre, leche, pan tostado, queso, etc…) ya que pudimos prepararlo en el bien dispuesto salón del alojamiento y sobre las 8, salimos camino de la visita prevista para el día de hoy.
En quince minutos estábamos ante el cartel del desvío al P.N. Augrabies, donde, además de senderos y rutas a pie, estaba la principal atracción: las cataratas Augrabies. Primero, parada en el control de al parque, donde hay que dar algunos datos (matrícula del coche, nombre de los visitantes, etc…) y luego, seguir otros 2 km (asfaltados) hasta el aparcamiento (gratuito) del complejo.
Pasamos por taquilla (586 ZAR por dos personas “extranjeras” y un coche) y comenzamos el recorrido (muy bien indicado) hasta los diferentes miradores. No son las de Niágara, pero resultaron espectaculares. Hay básicamente dos zonas, una al este con grandes caídas de agua (que se ven a tu propia altura) y otra al oeste, donde son precipicios los que se disfrutan desde los miradores (igualmente con abundante agua cayendo). El recorrido puede ocuparnos fácilmente unas dos horas. En el edificio principal, además de las taquillas, había tienda de recuerdos, restaurantes, información en varios idiomas y baños. También vimos varios alojamientos casi a pie del río Orange (frontera natural entre Sudáfrica y Namibia), tipo bungaló, con muy buena pinta. Los sudafricanos (que pagan mucho menos por la entrada) suelen pasar todo el día en el parque, no solo viendo las cataratas, sino comiendo, haciendo senderismo o incluso contratando alguna actividad acuática. Un lugar digno de ser visitado y que nos hizo pensar en los metros y metros cúbicos de agua que se “desperdician” y que les vendrían muy bien a tantas regiones de la España seca.



A esos de las 11 volvimos a la carretera de Upington, pero esta vez para tomar la N10 en dicha ciudad, más o menos importante, y llegar así al puesto fronterizo de Ariamsvlei. Por cierto, en el centro de las ciudades casi no hay carteles con las direcciones de salida, siendo difícil “acertar” con la calle por la que debemos ir para llegar a la autopista o carretera. Al llegar a la frontera namibia (la salida de Sudáfrica fue muy fácil) aparcamos y pasamos al edificio de “migraciones” donde nos pidieron el pasaporte y el visado que hicimos desde casa, para acreditar la concesión y el pago del mismo. Nos atendieron dos funcionarios, uno amable y simpático y otra, peleada con el mundo y que no estaba por facilitar el tema. Son muchas las aduanas “raras” que llevamos, así que paciencia y más paciencia, y mientras a la “mala sombra” se le iba acumulando gente y más gente en la cola (la mayoría camioneros que suelen tener prisa por cruzar). Al parecer era la primera vez que veían uno de estos visados (recordemos que estaba funcionando solo desde el 1 de abril y ésta no es una de las fronteras más utilizadas por guiris) y no se aclaraban mucho. Al final nos pusieron todos los sellos y entonces les entregué la documentación del coche y la autorización de Hertz para cruzar a Namibia. Una hoja muy simple donde anotar la matrícula y poco más. El permiso de Hertz ni lo miraron. Eso sí, tuvimos que pagar casi 400 ND por “impuesto de circulación” para las carreteras namibias (¡y eso que más de la mitad, son de tierra…!), lo que pudimos hacer con los rands que llevábamos, pues fueron aceptados sin problema. De ahí pasamos a otro puesto donde teóricamente debían revisar el coche y su contenido, pero donde la mujer policía que estaba a cargo, ni se movió de su silla indicándonos con gestos de su mano, que podíamos seguir nuestro camino.

Objetivo primero: ¡Ya estábamos en Namibia!
Las carreteras parecidas a las sudafricanas (igualmente autorizadas a 120 km/h) solo que algo más estrechas y sin ningún tipo de arcén, incluida esta B3, bien asfaltada, pero sin más adornos. En Karasburg (pueblo bastante grande) paramos en el supermercado “Spar”, donde hicimos acopio de cosas básicas que nos permitieran preparar desayunos donde no los tuviéramos incluidos e incluso alguna cena rápida (leche normal y en polvo, cereales, galletas, zumos, pan, fiambre, queso, fruta, patatas fritas, bidones de 5 litros de agua…) pues habíamos leído que en las fronteras de todos estos países no permiten dejar pasar alimentos frescos (especialmente carnes, fiambres y frutas). Sabiendo que en todos los alojamientos tendríamos nevera y que el maletero del coche no pasaría de 20 ºC, no nos preocupaba demasiado llevar algunos productos perecederos (de hecho, guardabas una Coca-Cola comprada fría y cuando la abrías a las 4 o 5 horas, seguía fresca).
Aprovechamos también para repostar y aquí me ocurrió algo anecdótico, pero que podía haber cambiado todo nuestro viaje. Mientras el empleado llenaba el depósito, yo, como es habitual, estaba junto al coche esperando; en eso llegó al surtidor de al lado, un Golf negro, bastante antiguo y excesivamente tuneado, conducido por un matrimonio de color de mediana edad y con un niño pequeño (sin ningún tipo de silleta o similar). Hasta ahí todo normal, excepto que este conductor, posiblemente con poca experiencia al volante, no frenó cuando debía, sino algo más tarde, de modo y manera que tuvo la siniestra habilidad de colocar su rueda delantera izquierda justo encima de mi pie izquierdo, atrapándolo inmisericordemente. Os aseguro que los más de mil kilos del VW y sus ocupantes, pesan lo suyo. Mi pie estaba atrapado y por más señas que le hacía al conductor, éste ni se enteraba de lo que ocurría, ni debía parecerle extraño ver a un guiri tan cerca de su coche haciendo aspavientos con las manos, pero sin moverse del sitio. Al final, gracias a mis voces, a algunos golpes en el capó y a los gritos de los trabajadores de la gasolinera, el tipo debió darse cuenta del problema y accedió a dar marcha atrás lo justo para liberar mi maltrecha extremidad. Yo no sabía si me lo había roto y, en ese caso, si podríamos seguir nuestra ruta. Afortunadamente, tras unos 15 minutos de espera y suaves ejercicios, comprobé que solo tenía una seria magulladura (¡vaya moratón me salió más tarde!) pero el tobillo y el pie, parecían incólumes al “atentado” sufrido. Parece ser que hasta tuve suerte, pues un centímetro más y si me hubiera roto el tobillo o algún hueso… ¡vaya viaje, totalmente diferente, que hubiéramos tenido!
A eso de las 4 de la tarde, y a la primera con “Maps.me”, llegamos a nuestro alojamiento de hoy. Una vez en el pueblo de Grunau (dos gasolineras y muchas casas bajas en calles de tierra) había que enlazar con la B1 (la que llega hasta la frontera sur con Sudáfrica) y a unos 3 km, un cartel nos anunció que el “Namgate Guesthouse” estaba a unos 2 km a la derecha, donde estrenamos nuestro Starlet sobre tierra y arena.
El lugar era muy pintoresco y agradable. La decoración externa estaba muy trabajada. Las habitaciones (tal vez 15) estaban en un edificio moderno. La nuestra (planta baja) era amplia de más, pues estaba preparada para una familia o grupo numeroso (cama grande, bien de colchón y sábanas, sofá cama y 2 literas dobles: aquello parecía casi un hospital). Cocina con todo lo necesario (incluido frigorífico grande) y baño con dos lavabos, inodoro aparte y ducha de cabina con mampara (bien de agua y de toallas). Mesa con sillas y dos sillones. Zona de estar con barbacoa (compartida) afuera. Aire acondicionado. Mucho sitio para el coche. Limpieza y wifi bien. Personal muy amable. Había un gran salón común con una gran TV donde pudimos ver, tomando un refresco, como Carlos Alcaraz perdía contra el danés Rune junto a la propietaria del lugar, forofa del murciano, según nos dijo. Un alojamiento muy agradable y cuidado con césped, árboles exóticos, pajareras, decoración a base de coches viejos y... hasta la tumba del fundador en la parte de atrás. Demasiados perros (ladradores) por la zona, que molestaban si salías a hacer fotos. Antes de dormir se fue una fase de la luz de nuestro apartamento (la que daba servicio a la cocina) por lo que nos pusieron una alargadera para el frigorífico. Un sitio muy recomendable, con una relación calidad-precio buena, por un precio de 880 ZAR (unos 45€, sin desayuno).

Como todavía teníamos luz solar por delante, fuimos hasta el pueblo, donde comprobamos que no había nada de interés. Se podía cenar en uno de los dos hoteles del pueblo (Grand Hotel o Grunau Country Hotel) o en el muy sencillo restaurante Toekis Deli.